Las entradas permanecían cerradas y las salidas abiertas, para que con total libertad los que estaban en el interior pudiesen marchar cuando quisiesen. Pero nadie salía. Todos estaban muy a gusto dentro.
De ahí esa larga cola de espera en la entrada.
Y yo me preguntaba: ¿qué había que hacer para poder pasar al interior? Si ahí uno se sentía tan feliz… ¡yo también quería!
La espera paciente al otro lado de la puerta
No me importaba esperar lo que fuese con tal de poder entrar, así que me coloqué el último en la fila.
Eran muchos los que esperaban: unos comían, otros leían, otros miraban al horizonte con la vista perdida, otros cerraban los ojos, atentos a cualquier movimiento de la puerta.
Yo decidí sentarme y simplemente aguardar. Observaba a los que tenía a mi lado, pero no sabía si estaban bien o mal porque cada vez estaba más dentro de mí misma.
Pasó el verano, llegó el otoño, los árboles cambiaban de color y soltaban sus hojas. Llegó el invierno con las heladas, y yo seguía ahí sentada, con la esperanza de que la puerta se abriese.
La gran apertura y la selección inesperada
De repente, se oyó un gran ruido: el chirrido impresionante de unas bisagras que hacía tiempo que no se utilizaban. Todos nos activamos y miramos hacia la puerta.
De allí salió un señor que comenzó a recorrer la fila. Señalando con el dedo iba seleccionando a las personas que debían entrar diciendo:
—Tú, pasa.
Eran muy pocos los llamados. Algunos quedaban decepcionados, pero en el resto la intriga y emoción aumentaban.
Yo seguía sentado en el suelo, cuando el señor se acercó, me tendió la mano y me dijo:
—Tú pasa.
Éramos cinco los seleccionados.
El interior: alegría, unidad y felicidad compartida
Nos acompañaron al interior donde había una inmensa alegría, una sensación de felicidad que te calaba por dentro. Pensé:
—Ha valido la pena esperar.
La gente bailaba, reía, disfrutaba con todo y con todos. Allí no había luchas de ego, cada uno vestía como quería: algunos con colores estridentes, otros más discretos, otros extravagantes. Pero todos eran felices.
El mensaje desde la luz superior
A los recién llegados nos guiaron hasta una estancia oscura donde entraba un haz de luz desde el techo. De pronto, como si hubiesen abierto ventanas, comenzó a irrumpir una luz extraordinaria.
En ese haz apareció un ser de luz magnífico, que no se veía con los ojos, pero se presentía superior a todos los que allí estábamos. Y entonces escuchamos una voz:
—Habéis sido seleccionados porque supisteis esperar con paciencia y fe, sin querer ser más que nadie. No esperabais poder ni reconocimiento, sino vuestra propia felicidad y permanencia en la tierra.
—Queremos otorgaros una banda de honor: la distinción de las personas que disfrutan de su felicidad interior y la comparten con los demás.
El verdadero premio: ser feliz cada día
Los cinco salimos al patio orgullosos del reconocimiento. Pero pronto comprendimos que lo importante no era la banda ni el premio, sino algo mucho más profundo:
👉 el verdadero premio es ser felices cada día.
Canalizado por María del Mar Rodilla. Maestra de Registros Akáshicos.
https://mariadelmarrodilla.com/